sábado, 28 de julio de 2012

Chiang Mai, entre ciudad, selva y elefantes



Chiang Mai, es una ciudad al norte de Tailandia. Y en ningún caso se asemeja a lo que pueden ser las paradisiacas playas al sur del país, y no por eso reconocerle menos.
Diferentes personas que fui cruzando a lo largo del viaje, me fueron hablando del norte, y en todas ellas había un factor común, un reflejo en las miradas, un encanto apasionado, al cual era inevitable dedicarle unos segundos de silencio para que recordaran un sentimiento difícil de explicar.
Esa sensación me despertaba cierta intriga y ansiedad.
Quería conocer que es lo que guarda la magia del norte.


Llegue a Chiang Mai en avión desde Kuala Lumpur. Es una ciudad mas amplia de lo que esperaba y no tenía idea adonde me convenía ir. Así que le pregunte a una chica si podía decirme cual era la zona de guest house. Es algo que normalmente no falla, porque en la mayoría de las ciudades existe un núcleo de alojamientos siempre cercano a los lugares para visitar.
Así es que me subo a una camioneta estilo pick up con asientos montados detrás que funcionan como transporte de pasajeros, y le pido que me lleve a la zona antigua. Estábamos a unos 15 minutos de distancia, y al bajar le pregunto a un francés que andaba por la calle si sabia recomendarme algún sitio para dormir. Me comento que necesitaba hacer su foto para la visa a Laos, pero si lo esperaba podía acompañarme al guest house donde estaba el, a un precio mas que económico y con muy buen servicio, a solo unas cuadras de distancia.
Tras esperarlo, nos fuimos caminando y charlando de un tema recurrente y central en este viaje. Cuanto hace que estas viajando, por donde anduviste, para donde seguís, y cuanto tiempo pensas continuar ? Me puso un poco a tiro con la ciudad, y al llegar al lugar estaba "completo", pero de todos modos ya me encontraba a metros de diferentes opciones donde dormir.
Y al rato ya tenía alquilada una habitación privada por solo 200baths (un poco menos de usd 7).  Ese día me lo tome para caminar por los alrededores, y conocer entre otras cosas uno de los mercados mas bonitos que había visto hasta el momento.

Uno de los días, me alquile una moto, y salí a recorrer a unos 15 kms, uno de los templos mas emblemáticos. El templo Wat Phra That en Doi Suthep. Muchas personas visitando el lugar, pero en mayoría tailandeses. Al llegar te encontras con una escalera de 306 escalones.



Para ir subiendo de a poco, porque realmente te va quitando el aire, pero al llegar te encuentras en medio de un lugar que como poco, te permite encontrarte dentro de un clima de espiritualidad y respeto. Muchas imágenes de Buda por todo el lugar, diferentes espacios para rezar, algunos monjes, y distintas ceremonias para presenciar.
Intente en todo momento percibir un poco de lo que podía verse y sentir en el ambiente. Disfrute mucho de la fotografía del lugar, y de sacarle humo a la cámara de fotos.

















Había pasado un buen rato, y tras comer algo de almuerzo, tenía toda la tarde por delante. Pero tenía la sensación, que debería encontrar algo que me dejase sin aliento. Había leído que a unos pocos kms, había un pueblo llamado Ban Kun Chang Kian con algunas tribus Hmong's.
 El viaje era espectacular. Todo un recorrido con la moto subiendo la montaña, y unas vistas que comenzaban a deslumbrarme. No me llevo demasiado encontrar una aldea después de andar ya un rato dentro de la selva.
Era un extraño en medio de una civilización escondida fuera del circuito de paseos, y algo me decía que estaba por el buen camino. Seguí andando un poco mas para llegar bien arriba, hasta donde no podría continuar.
 Y aparecí de golpe en un jardín enorme de plantas y flores tropicales. Deje a un costado la moto y me dedique a caminar por el lugar.















































Estaba en lo mas alto de una montaña de donde podía apreciar las vista de la ciudad, un silencio que imponía humildad y paz. Algunos grupos étnicos trabajando la tierra, y sus artesanías con una tranquilidad como si las horas y los minutos no tuvieran lugar. Y es que tal vez el tiempo es una ilusión.



Camine, disfrute, y sentí cierta gratitud de estar presente en este lugar. Me pase un buen rato contemplando,  y absorviendo semejante belleza.
Al regreso me esperaba el mismo camino pero en bajada con un atardecer que me acompañaba como telonero de un día encantado.




Otro de los días me dedique a salir a caminar para perderme en la ciudad. Recorrí durante mas de horas lo que queda de las murallas, que años atras, protegía a los locales de las invasiones Birmanas. A la ciudad amurallada, hoy se la conoce como la zona antigua.
Y los días domingos por la tarde se extiende a lo largo de la entrada principal una gran feria con venta de artesanías, ropa, comidas o disfrutar de un foot masagge por solo 60 baths.



Y así llego el día en que decidí entrar a la selva para pasar una noche y dos días. Éramos un grupo de nueve, entre dos españoles, un americano, dos holandesas, tres ingleses, y un argento.
Salimos en camioneta hasta llegar a un campamento base, donde nos estaban esperando con un almuerzo, y tras un rato de descanso, nos esperaban tres horas caminando por la selva, subiendo la montañas hasta llegar a nuestro hogar por una noche.
Era un trekking de dificultad media, pero con mucho calor, y rodeado de verdadera selva.






























Cuando llegamos, nos mostraron nuestra tienda, hecha de bamboo, con un interior como living para cenar, y una habitación muy amplia con varias colchonetas, su ropa de cama, y mosquiteros.
Serian las cuatro y media de la tarde cuando habíamos dejado nuestras cosas,  un buen baño de agua fría, y a disfrutar de estar en medio de la selva y en lo alto de la montaña.




Teníamos a la entrada de la casa una terraza en la que pasamos toda la tarde, descansando, hablando, mirando, hasta que llego el momento de la cena a las siete de la tarde, unos minutos antes que sea de noche. En el lugar la comida se cocina a leña, y las únicas luces por las noches son algunas velas y un fogón. 
Por momentos, la sensación de respetar semejante silencio, hacia no querer ni hablar.
Era como si el entorno se adueñase de tus pensamientos, para enseñarte a disfrutar del presente.
Podía ver a varias familias que vivían en el lugar cumpliendo cada uno con sus tareas, siendo totalmente autosuficientes.




A las ocho de la noche habíamos comido, y parecía que fueran las dos de la mañana. Al rato aparecio una guitarra, y nos pasamos un buen rato en la terraza bajo una noche tapada de nubes, sin luna, pero con una mistica muy singular.



Al día siguiente, a las siete de la mañana, nos tomamos un muy rico desayuno, y enseguida continuamos nuestra travesía por algo mas de una hora de caminata hasta llegar una cascada de aprox. 10 mts de alto donde nos bañamos por debajo del agua helada que caía con la fuerza y la energía propia de la naturaleza.



 Así llegamos a un nuevo campamento, pero esta vez en lugar de personas, los que nos daban la bienvenida eran un grupo de elefantes dispuestos a bañarse con uno en el rio, darles de comer las bananas de los arboles, y dar un paseo encima de su lomo.



Desde ahí, seguimos bajando por el rio en gomones, disfrutando de un rafting, hasta llegar a un sitio en el que nos cambiamos a unas balzas de tronco y navegando hasta el próximo campamento, donde nos esperaba una camioneta para regresar.

Con esta ultima aventura culmine mi estadía en Chiang Mai,  y me tome el siguiente día para planificar mi camino, que no había dudas, debía seguir hacia un lugar que advertido previamente, tenía para darme algo mas profundo e intenso que lo que había vivido en esta ciudad.
Y con el pasaje en la mano, me despedí para conocer cual es la magia que envuelve al pueblo de Pai.