domingo, 9 de septiembre de 2012

Viajando por el Rio Mekong, de Tailandia a Laos...


Después de dos meses de recorrer Tailandia, finalmente había llegado el momento de despedirme, y decirle hasta pronto. Me costo algunos días continuar la ruta de viaje planeada. Y es que estaba muy cómodo viviendo en Pai, donde no existe el tiempo, practicando yoga, meditando, aprendiendo. Tuve la posibilidad de tomar un curso de cocina tailandesa, y asi llevarme conmigo la delicia culinaria de este pais, que al recorrerlo de norte a sur, seria muy fácil imaginarlo como tres países diferentes dentro de uno. El sur nada tiene que ver con Bangkok, y el norte nada tiene que ver con el sur. 




En el medio de mi estadia en Pai, tuve la oportunidad de convivir durante una semana en el Tam Wua Forest Monastery. Una experiencia maravillosa, en un lugar escondido entre montañas, en medio de campos de arroz, y conociendo de cerca el budismo.



La practica de meditación comienza a las cinco de la mañana, y a las siete y media se sirve el desayuno. A las nueve de la mañana una meditación caminando, y a continuación dentro del templo. A las once el almuerzo y la "ultima comida del día".
Siempre acompañando la practica junto a los monjes del monasterio. Por la tarde nuevamente a meditar, y a posterior diferentes tareas de cocina y limpieza. A las siete de la tarde la ultima meditación, y cada uno a su kuti (como se le llama al lugar donde se duerme). 
Una manta sobre el piso, y el mosquitero para dormir lejos de los insectos.
Al llegar, te entregan dos mudas de ropa limpias, pantalón y camisa blanca.















Seguramente, algunos pueden subestimar la experiencia al ingresar el primer dia. Pero al pasar un par de días, comienzan a abrirse puertas que no todos están dispuestos a cruzar. Te encontras con las sombras mas profundas. Y así es, que algunos están dos días, y algunos llevan seis meses. 
Dentro del monasterio, personas de todas partes del mundo.
Para mi una semana fue suficiente, y mi practica fue de las mas suaves que se practican dentro del lugar. Hay quienes al ingresar hacen voto de silencio por diez días (meditación vipassana), pero no era mi momento, y preferí reservarlo por otra ocasión, en la que me sienta mas preparado. Tal vez lo sea en la India.


Pero sentía que necesitaba seguir la ruta. 
Y el siguiente destino era Laos, solo que la entrada al país se puede hacer por diferentes vías. Y en este caso, las opciones eran en micro durante 15 horas, o en barco navegando durante dos días por el Rio Mekong. Y aunque me parezca extraño ahora pensarlo, no me resulto fácil decidirme, porque el micro era mas barato y menos tiempo. Hasta que asumí que navegar durante dos días podía ser una experiencia inigualable. Y lo cierto es que no me equivoque.
A las 18hs salí en una minivan, que tardo unas 3 horas hasta Chiang Mai, y desde ahí continuar camino hasta un pueblo en la frontera con Laos al que llegamos a las dos de la mañana para pasar la noche en un guesthouse.
A la mañana siguiente, bien temprano, nos pasaron a buscar en camioneta para acercarnos al Rio Mekong que divide Tailandia de Laos, y que se extiende a lo largo de Vietnam y Cambodia.
Migraciones de un lado y otro del rio, y al rato estábamos subiendo al barco que viajaría durante siete horas recorriendo un escenario deslumbrante.
Se puede sentir la historia que envuelve a este rio, muchas veces cargado de sangre, de guerras, pero tambien el hogar de tantas personas que viven y vivieron gracias a el.
Es el hogar de millones de nativos que tienen sus casas en las orillas, y que viven de la pesca, el arroz, y el turismo.



El rio te hipnotiza, y te envuelve. Te hace perder en su ritmo vital, y en el reflejo de sus montañas y campos.
Por momentos la lluvia comienza hacer del viaje una aventura especial, y te recuerda estar viajando por un rio, en el medio de la selva, rodeado de montañas, envuelto y acunado por la bella naturaleza. Y al rato, de nuevo el sol, y un arcoiris entre las nubes. 
Siento la presencia del rio, que me sensibiliza y enseña sobre la humildad, la sencillez y la belleza de lo natural.

Cerca del atardecer el barco se detiene en uno de los tantos pueblos para pasar la noche y continuar el camino.
Es inevitable la presencia de nativos ofreciendo todo lo que esta a su alcance para subsistir en un rincón perdido del mekong.
Una calle larga subiendo la montaña con diferentes almacenes, comedores, y hoteles.
Y tras conseguir una habitación, a caminar y empapar mis ojos de la simpleza de la gente del lugar. Un recorrido corto pero intenso, y de nuevo la llamada del rio para sentarme a contemplar desde una piedra en la orilla, el atardecer que cae sobre las montañas.




Al día siguiente, la cita era a las nueve de la mañana, para subir nuevamente al barco y continuar viaje hacia Luang Prabang, antigua capital de Laos.
Las mismos viajeros, entre mochilas, libros, música, comida, e historias.
Los mismos paisajes, las mismas sensaciones, y el mismo sueño.